Me imaginaba famosa, viajando por el mundo. O superhéroe, daba igual. No, cantante o actriz no se me ocurrió. Princesa sí, claro, soy mujer después de todo. Me fantaseaba excéntrica, algo loca, especial, y era tímida y silenciosa como una roca. Así se me ocurrió este blog para, bueno, para todo, onda terapia. Me divierto, me reequilibro, y sigo. Ah, me olvidaba! Este es un blog autoreferente.

Tomando consciencia

Hace mucho, mucho que soy nadie. Por mucho tiempo hice nada y pensé nada.
Un día soñé que estaba por morir –o recién muerta, no estaba claro- y el encargado de darme sepultura se negó a hacerlo porque dijo que así no podía, que yo no tenía identidad y que el tenía que poder saber quién era yo.
Me ordenó volver a la vida para buscar mi identidad.
¿Inspirador no?.
Pero a mí, más que asombro por mi propia genialidad en soñar eso, no me generó reacción alguna. No me movió a nada. Y seguí inmóvil por unos cuantos siglos más.

Ahora, creo, deseo exhibir mis incongruencias y recibir críticas –o crudísimos, despreciativos silencios- que no vengan de mí. Mis críticas son elogios. Quién se ocuparía tanto de cuestionar a alguien que no merece su atención??
Mi mayor temor es al desprecio ajeno. El mío es para mí una caricia, que no me prepara en absoluto para el de otros. Alguna vez –muchas en realidad-, dije que me critico para anticiparme a la observación objetiva –necesariamente negativa, doy por sentado- de otros. Pero no es cierto. Mi autocrítica permanente es una especie de comportamiento obsesivo compulsivo, necesariamente adictivo y por ende generador de un mínimo nivel de placer, consistente en mi caso en la familiaridad que siento al estar allí.
Ahora, creo, quiero salir.
Creo que voy a animarme a sentir el frío en la piel, el abandono.Creo que voy a animarme a gritar “acá estoy” y soportar el silencio por respuesta.
Después, si sigo viva, veré cómo continuar.

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