Me imaginaba famosa, viajando por el mundo. O superhéroe, daba igual. No, cantante o actriz no se me ocurrió. Princesa sí, claro, soy mujer después de todo. Me fantaseaba excéntrica, algo loca, especial, y era tímida y silenciosa como una roca. Así se me ocurrió este blog para, bueno, para todo, onda terapia. Me divierto, me reequilibro, y sigo. Ah, me olvidaba! Este es un blog autoreferente.

Y...

Ojalá mi vida sirviera de algo.
Ojalá sirviera al menos de consuelo a otro ser como yo, a otro de los tantos que se desprecian pero que no por ello cambian.
Me parezco a mi padre, tengo la tendencia a hablar como si entendiera, como aleccionando, rápido y en tono alto. Desagradable.
Busco permanentemente resultar inteligente, ser vista como inteligente, lúcida, conocedora. Pero no logro guardar en mi cerebro información relevante alguna. Y tampoco razono de manera lúcida.
Soy como muchos. Además soy mujer. Y porteña. Y llegando a los cuarenta.
Debería escribir y escribir hasta liberarme de toda intención de grandilocuencia. Pero cuando escribo quiero que mis pensamientos rimen, que tengan buena métrica.
Hoy hablé, según yo, sabiamente y me dijeron que había hecho un papelón, hablado de modo obvio sin fundamentos ni conocimiento. Casi muero de vergüenza.
Y empecé con esto.
Odio tener que asumir que no dejaré, que no dejo, huella. No soy notoria en modo alguno. Ojo, claro, eso de hablar rápido y como si entendiera lo hago pocas veces. Me siento segura y orgullosa de mí cuando lo hago, pero ahora advierto que es un mero deseo mayor que otras veces de dejar de ser nadie. (¿es más debilidad que nunca?) Y también creo que, oh horror, puede ser que muchas veces haya dicho pavadas, cosas sin sentido, sin fundamento o poco claras.¡Y lo único que me espanta ahora es pensar que otros lo advirtieran !!, que por dentro se rieran de mí..!! Con razón la gente no me llama para pedirme consejos. Por un lado no se acuerdan de mi existencia y por otro no consideran que mis razonamientos o mis conceptos sean claros o útiles.
Yo que quería poner mi cerebro a su servicio...

Y lo peor es que mi reacción es de vergüenza!!. Es esa vergüenza la que me hizo pensar –creo que con razón- que el fundamento de la mayoría de mis reacciones es simplemente tratar de ser advertida.

¿Cuánta gente habrá como yo? No creo haber logrado ser única. Creo que muchos sufren su propia nimiedad y son a la vez tan auténticamente poco que no salen ni buscan salir de allí. No buscan -yo no busco- ser más. Busco ser considerada más. Ser considerada algo.

Tengo un blog y es idéntico al de miles. Quería que publicaran lo que ahí escribo y ser famosa (ahora quiero que publiquen esto y ser famosa) pero no logro expreserme más allá del autodesprecio. De la autocrítica destructiva que no lleva siquiera al suicidio, porque me da miedo.

Sé que somos millones –realmente- los seres humanos que no dejamos huella, que no somos de utilidad alguna, no para la humanidad sino siquiera para algunos de los que nos rodean. (y no hablo de utilidad en términos materiales...no, no, digo que no somos necesitados, no somos buscados, no somos deseados, no somos extrañados...esa utilidad es de la que carecemos. no somos un bien para nadie...aunque tampoco seamos un mal...)
Estoy segura de que si yo repentinamente desapareciera –más allá del dolor circunstancial de algunas personas- nada cambiaría en el circuito en el que me muevo. Nada sería peor ni mejor por mi inexistencia. Nadie estaría mejor ni peor por mi ausencia.

Es terrible pero real. Soy sólo uno de muchos, de demasiados. Es desagradable. Duele.

QUIERO SER ALGUIEN ¡!!!! Demando una personalidad interesante ya!!!! Exijo respuesta!!!
Esto no puede ser así. Es injusto que haya sólo un porcentual muy menor de seres pensantes, de seres visibles. Y pero aún que a mí no me haya tocado ser de los elegidos (en ese caso no me importaría que seamos pocos los grandes como nosotros, claro. En ese caso, a la m.. con la equidad...).

Es injusto no ser visto. ¡yo estoy acá! ¡yo soy alguien!
Pero no hay caso. No soy.
Y no es a causa de abusos infantiles. No es por traumas de la infancia. No, eso no pasó. Especulé con eso un tiempo y realmente me sentí mejor. Creí, fantaseé que resuelto el trauma sería alguien. O, en el peor de los casos, tendría una explicación que justifique ser una pobre tontita.
Pero la mentira tiene patas cortas. No pude mantener la creencia, la duda, el temor del abuso sexual. Me resulta obvio que no sucedió. Al menos no conmigo. No fue a mí a quién tocaron. Uh!! Estoy generando un nuevo sufrimiento, una nueva excusa para ser así: no abusaron de mí...
Soy “el señor sombrero”: mi papá no me eligió para tocar. No me dio bola a mí sino a otro/a, y esa es la causa de sentirme permanentemente ignorada e ignorable. Porque lo fui de niña. No abusaste sexualmente de mí. Mal padre!!!!
Pero no hay que abusarse de los abusadores. No hay que usarlos de excusa para todo. Puede ser real lo que estoy escribiendo, pero aún así no justifica seguir siendo ignorable.
Eso, a esta altura de mi vida, es exclusivamente mi responsabilidad.
Ese es todo el tema.

También soy como el personaje de “el perfume”, que pasa inadvertido…. No, no soy como él porque él hace de todo para ser. Y yo hago sólo para ser vista, bueno él también, para ser olido, y cuando lo logra vuelve a su lugar de origen para ser reconocido y amado allí...
Como sea, uno no puede pasarse la vida deseando ser y no siendo.

Lo que pasa es que la comprobación permanente de la realidad, la “imagen” permanente que refleja de mí el espejo de la vida cotidiana es muy desmoralizadora. No logro guardar información relevante, no logro considerar relevante información que lo es. No me interesa, no me es útil, ya sé, y por eso no se me guarda. No logro razonar de manera “razonable”. Me falla la máquina.
Me resulto un papelón permanente. Recuerdo mis momentos de grandilocuencia, de gran seriedad, de expresada confiabilidad, de prócer, y me da una terrible vergüenza. Sólo espero que los que en cada oportunidad presenciaron mis arrebatos de “inteligencia” los hayan olvidado como olvidaron lo demás de mí.

No se cómo llenar el vacío. Sobre todo porque generé espacios demasiado grandes para mi capacidad de llenado. Me presento como un ser sólido. Aún sin mis discursos, aún en oportunidades de vida cotidiana actúo como una persona seria y sensata. En parte porque creo que lo soy, y en parte porque estoy acostumbrada a presentarme así. Me visto me peino y actúo como alguien que no soy. Y si ahora digo ok, empecemos de cero, tengo que dar muchas explicaciones. Por eso me quiero ir al tibet. Para pensar y también para poder volver y ser otra. Menos superficial. Más de verdad, aunque signifique ser menos.
Nunca advertí hasta qué punto mi deseo de ser vista afectó mi vida. Es algo que siempre tuve presente pero no me dí cuenta de que afectaba todos mis actos, todas mis reacciones.

Ahora, hoy, últimamente, reacciono muy negativamente a todo lo bueno que otros son y no yo, a todo lo criticable de la argentina, de las mujeres, de montones de personas, porque es criticable en mí, y entonces intento defender lo indefendible o sólo me pongo de un obvio mal humor, y reacciono también a todas las buenas ideas que yo no tuve. Cuanto más simples y cotidianas son peor es para mí. Más desagrado me generan. Yo acepto sin problemas no tener ideas acerca de cómo curar el sida, pero no no tener siquiera buenas propuestas acerca de cómo optimizar mi trabajo. No sólo odio que mis ideas sean no particularmente útiles. Reacciono muy desagradablemente a las buenas ideas de los demás, aún cuando no sean votadas.

Me he convertido en un ser desagradable. No despreciable sólo por mí con causa en no haber sido apreciada por mi padre como buena para ser abusada, no nada de eso. Mis reacciones actuales, mi sentir es objetiva y universalmente despreciable.

Tengo que decirlo rápido, antes de que me lo digan. Por lo menos yo lo verbalicé (o tipeé) antes, aunque seguro que si yo ya llegué a esta conclusión es porque otro ya llegó antes y sólo no me lo dijo.
Es así. Lo sé.
¿Cómo se sale de acá?
¿Cómo se aprecia ser un mediocre estúpido?
Supongo que no hay que apreciarlo nunca, sino simplemente dejar de serlo. Se aprecia lo bueno de los demás, sin envidia, sin odio. Y se intenta igualarlo –o superarlo- por medios auténticos.
Y si, como en mi caso, ya sabés de antemano que la cabeza no te da y no te va a dar para igualarlo, se reconoce la realidad y se la aprecia como tal.
No está mal ser un ser que conoce sus propias limitaciones y que trata de ser y hacer todo siempre de la mejor manera, aún sabiendo que no logrará mucho.
Tiene que haber algo positivo en la buena intención. En el reconocimiento de los propios límites. Pero no para quedarse en ellos sino para intentar siempre auténticamente superarlos.

Eso parece todo. Conocerse y esforzarse aunque parezca que no tiene sentido. No darse por vencido. No quedar derrotado y después, ante la necesidad de ser visto, actuar. NOOO. Nunca más. Ojalá esto me sirva de algo. No lo sé, porque otras veces antes tuve pequeños momentos de alguna lucidez, como ahora, pero al día siguiente la rueda me llevó a seguir actuando. Siento que el mundo social y laboral en el que me muevo me exige y yo respondo de la única manera en que sé hacerlo. No sé cómo despertar una mañana y ser otra en público. Me visto como siempre, hablo como siempre y actúo como siempre y de repente advierto que estoy actuando, que estoy en una ópera –opereta?- que se repite y no sé cómo ser auténtica. No me da la personalidad para ser auténticamente tonta de un día para el otro. Tengo que ser la doctora. Me gusta. Me da seguridad.
Sé que si me encontrara fuera del pequeño circuito en que me muevo tendría la oportunidad de cambiar (ya sin la excusa de que no sé cómo hacerlo ante gente que me conoce de antes) pero presumo (con un 99% de probabilidad) que rápidamente empezaría a actuar del modo que me resulta natural, porque siendo yo se me vería incluso menos que ahora y no podría soportarlo.. casi no puedo ahora… ¿qué sería de mi siendo simplemente yo? Nada. Y ni siquiera podría expresar que sé que soy nada y sentirme socrática… porque eso lo hago cuando actúo y digo cosas que hacen presumir que hay conocimiento oculto detrás de esas frases…
No. Aún empezando de nuevo, con extraños, sería como soy.
El lugar y la gente nunca pueden ser la excusa. Nunca la culpa la tienen los otros. Es así. No es de mi papá, ni siquiera de mi mamá. No es de los curas ni de la sociedad. Es mi responsabilidad ser como soy. Yo elegí y fui creando mi persona. Es cierto que desde muy chica, desde que tengo memoria, pasaba desapercibida. Pero pude haber reaccionado siendo algo auténtico en vez de actuando.. No puedo culpar a nadie de lo que soy o no soy.
Y es claro que actuar no me lleva a lugares satisfactorios. Eso funciona sólo de modo transitorio. Pero al final todo se desmorona y ahí es donde me encuentro ahora. Mi vida se desmorona a pasos acelerados porque todo lo que construí, que es muy poco, carece de fundamentos profundos. Sólo se funda en desear ser. No es un mal deseo, pero no puede ser el único. Debe ser la base de otros. Y en mi caso es el único. Es la guía de mis actos. Es mi única meta en la vida. No. Me corrijo. Mi deseo no es ser. Mi meta no es ser, sino ser considerada como alguien que es. No me importa el contenido, me importa la aprobación de los que me rodean… Patético pero real.
Quiero ser consultada sin importarme si mis respuestas son válidas. Por eso actúo como si lo fueran. Pero la gente es más inteligente que yo y advierte que algo falla. Por eso nadie me llama. Por eso nadie me consulta. Porque hablo al pedo.
Pensé que tenía que ir a mi psicólogo para asumir que soy mediocre y me espanté. Dije que prefería la esquizofrenia de creerme alguien. Y como resultó simpático (y antipático ser una señora más de barrio norte) ahí quedó. Pero sí tengo que admitir, reconocer en la sangre, que soy mediocre, que soy una más del montón ese que desprecio. Y después tengo que intentar dejar de serlo, toda la vida, aunque nunca lo logre. Sin actuar que no lo soy. No actuar más. Admitir la verdad. Y humildemente partir desde ahí.
Yo pretendía partir de decir “sólo se que no se nada”, de despreciarme, pero en eso me enorgullecía. Apreciaba mi despreciarme, lo veía distintivo de las otras señoras que creía se apreciaban pero yo sabía tontas. Y lo sigo viendo así, debo admitirlo. Pero tengo que empezar desde más abajo aún. Desde las señoras de barrio norte, con razonamientos chiquitos e irrisorios. Porque eso soy, me guste o no.
Me humilla profundamente. Me avergüenza. Y me avergüenza que otros lo advirtieran antes y vieran mis patéticos actos de “grandeza” y “suficiencia”.
Ahora pienso en mi blog, que hasta hace instantes me enorgullecía y también me averguenza. Es evidente que me critico permanentemente pero que lo hago en un lenguaje que pretende ser atractivo y propio de una persona inteligente. El tono y las palabras son de una humildad y autodesprecio pedantes.
Me creo mil. Me creo uno de pocos que advierte su pequeñez. Sócrates y yo somos uno.
Quiero que se publiquen mis escritos y que la gente se sienta a gusto leyéndome. Que quiera más de mí. Que reclame más de mí.
Ahora, en este acto, honestamente, sigo queriendo lo mismo.

Pero no hay nada para dar.
Por eso actúo permanentemente. Por eso odio la crítica. Porque nunca puede ser constructiva. Nunca puedo ver y evolucionar a partir de ahí porque no hay con qué hacerlo. No tengo contenido valorable.
Ojo, que quede claro. No es que estoy totalmente vacía –un poco sí-. El extremo ya parecería patológico y puedo volver a caer en que es causa de traumas infantiles. No no estoy vacía, estoy llena de cosas inútiles. No es que mi cerebro no se mueve. No, permantentemente cuenta por ejemplo, pero sólo hasta cuatro o cinco y vuelve a empezar. O repite hasta el susto una pequeña frase cualquiera (ni siquiera una conversación, que es algo más normal). O piensa y analiza, pero sólo en cómo tiene el pelo hoy, aunque no le interese hacer algo por mejorarlo y finalizar el análisis. No, procesa datos banales y no produce siquiera resultado alguno al respecto.
Me resulta increíble hasta la admiración cómo no puedo registrar en mi memoria datos de relevancia. Cómo puedo olvidar lo que necesito indudablemente recordar.
Agendo y olvido verificar lo anotado. Digo sí y olvido al instante… Me asusta. Soy nula. Da miedo. Da desconfianza.
Y arruina mis actuaciones. Me hago la grande y me olvido de la mitad de las líneas… Seguro que es obvio que actúo. Y yo no me daba cuenta…

Se me está desmoronando todo. Se cayó todo (y no hablo de mi físico, aunque también se cayó). Las estructuras que armé no se sostienen. Tengo que volver a armar algo conociendo las herramientas con las que cuento. No me va a salir lindo. Pero va a ser de verdad. Ojalá lo lograra. La frase me gustó, pero ¿qué será de mí mañana?
Seguramente intentaré seguir actuando. No. Lo sé. Voy a seguir actuando. Porque es la única que me queda. Ser yo de verdad es un garrón, me muero de aburrimiento. No me soportaría. No quiero ser yo. Corrijo, quedó demasiado lindo: no quiero admitir que soy una señora más de barrio norte. Odio eso. Y me da mal humor. Y me está haciendo ser desagradable.
Una bruja. Una bruja más. Puaj

Salir

Hace mucho, mucho que soy nadie. Por mucho tiempo hice nada y pensé nada.

Un día soñé que estaba por morir –o recién muerta, no estaba claro- y el encargado de darme sepultura se negó a hacerlo porque dijo que así no podía, que yo no tenía identidad y que él tenía que poder saber quién era yo. Me ordenó volver a la vida para buscar mi identidad.
¿Inspirador no?.
Pero a mí (más que asombro por mi propia genialidad en soñar eso), no me generó reacción alguna. No me movió a nada. Y seguí inmóvil por unos cuantos siglos más.

Ahora deseo exhibir mis incongruencias y recibir críticas –o crudísimos, despreciativos silencios- que no vengan de mí.
Mis críticas son elogios. Quién se ocuparía tanto de cuestionar a alguien que no merece su atención??
Mi mayor temor es al desprecio ajeno. El mío es para mí una caricia, que no me prepara en absoluto para el de otros.
Alguna vez –muchas en realidad-, dije que me critico para anticiparme a la observación objetiva –necesariamente negativa, doy por sentado- de otros. Pero no es cierto. Mi autocrítica permanente es una especie de comportamiento obsesivo compulsivo, necesariamente adictivo y por ende generador de un mínimo nivel de placer, consistente en mi caso en la familiaridad que siento al estar allí.

Ahora, creo, quiero salir.

Creo que voy a animarme a sentir el frío en la piel, el abandono.Creo que voy a animarme a gritar “acá estoy” y soportar el silencio por respuesta.Después, si sigo viva, veré cómo continuar.

Para qué?

Para qué? para qué escribir? para qué respirar? para qué ser?.

Sí, me genera placer, pero no parece fundamento suficiente... O quizá lo sea...
No puedo evitarlo. Soy, aunque soy nadie. Y gozo. Es un contrasentido.

Odio mi vida y soy capaz de estar circunstancialmente exultante en ella. No lo entiendo.