¿Un pato? Pero ¿qué clase de pato? ¿Un pato pato, o un
plumífero acuífero cualquiera?
Porque si no me aclaran no puedo.
Y no es que me falte imaginación, no, no es eso, es que
no puedo, me pierdo.
Pato, pata… sobrenombre de hombre y/o mujer, lunfardo
para pie, de qué hablamos?
¿Cómo pretende alguien que yo escriba algo con esas pautas?
Una montaña, una mujer, un paraguas y un pato.
Sí, ya sé que fui yo la que puso las pautas, pero igual,
no puedo.
Querer es poder y no querer seguro que es no poder, entonces será que no quiero. Pero es que… ¿qué tienen en
común?
¿Qué hago yo con eso?
Miraba, indecisa.
Había estado subiendo por horas, días, y sabía que aún le
faltaba mucho.
Además estaban esas pequeñas rarezas. Primero fue el
paraguas, anacrónico, abandonado abierto al borde del precipicio.
¿Habría saltado su dueño? dijo. El eco, sutil, le repitió
la pregunta en voz baja, pero no contestó.
Claro.
Ella sabía que los precipicios solían hacer eso.
Así que esperó. A la respuesta o al paragüero, lo que llegara primero.
Igual, la que ganó fue la lluvia.
¿Para eso lo habría traído? Sólo a alguien muy raro
se le ocurre llevar un paraguas al medio
de la montaña, así que ella, que de rara no
tenía ni un pelo, salvo quizás eso de estar vestida de aviadora de la segunda
guerra mundial, decidió no usar el paraguas.
Estaba preparada, ya había llovido antes (y sí, claro, ya
había parado antes, también).
Tendría que haber elegido mejor el traje de buzo?
No. Le gustaba este, se sentía una especie de St.
Exuperisa, escritora, aventurera y aviadora.
¿O habría que poner la “a” en el nombre? Antonienta,
sí. Pero no como María, porque ella no pensaba perder la
cabeza.
Ella sólo quería aprender a volar.
Podría saltar como el paragüero, se dijo. Quizá usando
el paraguas para atenuar la caída…
Pero estaba el pato.
Lo había visto una mañana, gordo, algo desplumado,
navegando en círculos en el charquito que se había formado dentro del paraguas
con la lluvia.
¿Tanto había pasado desde que vio el paraguas? Eso del
tiempo era un fenómeno muy complejo, que la tenía algo azorada.
Se paró, seria y formal frente al paraguas abierto. Lo
miró por largo rato y finalmente decidió seguir su camino.
Caminando.
Sin pruebas de vuelo
por ahora.
Su entrenamiento de montaña le indicaba que debía
llevarse el paraguas. No dejar rastros humanos contaminando el ambiente –al
menos no los que se puede evitar-.
Pero, ¿y el pato?
Se acercó e intentó un potente “chú”, pero nada.
No
conocía ninguna palabra en idioma pato como para explicarle que debía vaciar y
cerrar el paraguas, que tuviera la amabilidad de retirarse.
Recordaba a su hermana menor diciéndole “pío pío” a uno, pero
no le pareció apropiado para ese pato tan gordo.
Optó por directamente cerrar el paraguas.
Se acercó, se agachó, estiró las manos, forzó los bordes del paraguas intentando cerrarlo. Y el pato
ni pío.
Está claro que con un pato no se puede, dijo, y el eco,
reafirmante, lo repitió. Está claro que con un pato no se puede.
Esto se estaba convirtiendo en un problema.
¿Un pato?
Porque un paraguas vaya y pase. Podía usarlo de apoyo. Y si alguien la veía y cuestionaba su atuendo siempre podía explicar algo.
¡Pero un pato! ¿Un pato?
¿Qué hago yo con esto?
Tomó su pesada mochila de cuero, su gorro, y al paraguas
con pato y todo.
¡No la iba a frenar un
pato!
No a ella.
Después de escalar durante lo que le parecieron siglos,
con ese enorme paraguas -era un paraguas de hombre, de esos grandes casi tipo sombrilla. Por eso pensó en usarlo de paracaídas, no estaba loca- Ese enorme paraguas, digo, lleno de agua y el pato que casi no cabía en él de tan
gordo, pensó en volcar el agua.
Pero era el estanque del pato. Su hábitat. Y ella no era destructora de hábitats por poco naturales que se vieran
Eso sí, es un pato cómodo, reflexionó.
Ella quería volar y no podía. Él podía volar y no quería.
Prefería ser transportado pasivo. Porque era evidente que le gustaba el paseo. Asomaba
la cabeza por el borde del paraguas y miraba con esos ojos de pato que muy
expresivos no son, pero a ella le parecía que le hablaban y le iban indicando
el camino.
No siempre coincidían, claro, pero ella, que no se iba a
dejar dominar por un pato, tomaba sus propias decisiones.
Aunque a veces lo miraba de reojo, disimulada, como
intentando adivinar si le estaba pegando al camino.
El verdadero problema era el olor.
Es que Mr.Pato no se bajaba para hacer sus necesidades.
Quizá porque estaba en su naturaleza de pato, quizá por cómodo, o por temor a ser abandonado.
No lo sabía, pero eso sí: el agua empezaba a apestar.
Por suerte había llovido otras veces y se había
modificado un poco la proporción de agua sucia y limpia.
Las cosas no estaban tan mal. Es cierto que avanzaba en una posición incómoda en su afán por mantener al pato en equilibrio dentro del agua, y que le dolía todo el cuerpo, pero había logrado avanzar.
Ya pronto llegaría a destino y sabía que no transmitía la
imagen que había compuesto de sí misma antes de partir.
Antes era una escritora aventurera y valiente.
Ahora, era una mujer vestida de vieja aviadora, en medio de una
montaña, pequeñita, con un enorme paraguas y un casi igualmente enorme pato.
¡Pero lo había logrado!
Lo logré!!
Sí, yo lo cierro así y listo.
Y ahora, por favor, chiquita mía, para la próxima o
aprendés a volar o te me autofijás consignas más fáciles, eh!
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